El futuro de la agricultura y la alimentación en el 80 aniversario de la FAO.

80 Aniversario de la FAO

Fernando Miranda Sotillos. 24 diciembre 2025. Plataforma Tierra.


Los aniversarios son siempre una oportunidad para mirar hacia atrás y, así, cerciorarnos si el camino que seguimos es el correcto.

Así lo haremos en esta entrada, aunque sea brevemente, con el 80.º aniversario de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la FAO, que tuvo lugar el pasado 16 de octubre, el ‘Día Mundial de la Alimentación’, proclamado como tal en 1981, coincidiendo con el día en que fue creada la FAO en 1945.

Nacida tras la Segunda Guerra Mundial, su mandato, “liberar del hambre a la humanidad”, sigue plenamente vigente, aunque entonces sí, la situación de la agricultura y de la alimentación en el mundo, como titula uno de los informes insignia de la FAO, era verdaderamente dramática comparada con la actual.

La FAO ha sido protagonista y testigo de cómo el planeta ha desafiado las teorías maltusianas basadas en que el crecimiento demográfico superaría a la producción de alimentos; entre 1961 y 2020, la producción de alimentos se multiplicó por cuatro, con tan solo un crecimiento del 8 % de la superficie agrícola (FAO – El Estado Mundial de la Agricultura y la Alimentación 2025).

El mundo vive en una «era de abundancia sin precedentes. Nunca se había producido tanta riqueza ni tanta comida en el mundo. El producto interior bruto mundial superó los 111 billones de dólares estadounidenses en 2024, mientras que el mundo produce suficientes calorías para alimentar a 10.000 millones de personas” (WFP Strategic Plan 2026-2029).  

Así es, el mundo produce 3.016 kilocalorías diarias, cuando el mínimo para un adulto está entre 2.000 y 2.500 kilocalorías diarias. Otra cosa es que los alimentos lleguen a todas partes, que sean accesibles, que sean asequibles, que tengan las características nutritivas y culturales adecuadas, para cada país y región.

El mundo vive hoy en una era de abundancia sin precedentes: nunca se había producido tanta riqueza ni tanta comida en el mundo, con suficientes calorías para alimentar a 10.000 millones de personas

Efectivamente, el problema del hambre y de la inseguridad alimentaria en el mundo está, por desgracia, lejos de ser resuelto. Durante 2025 hemos vivido una situación particular que no se producía desde hace décadas: dos hambrunas sucediendo al mismo tiempo, en Sudán y en Gaza. 

Aproximadamente una de cada doce personas en el mundo, aproximadamente 720 millones de personas, no consume regularmente suficientes calorías como para poder llevar una vida activa. La prevalencia en malnutrición sigue siendo inaceptablemente elevada en África, aunque, en número absolutos, es en Asia donde hay un mayor número de personas que la sufren.

Nos encontramos en un momento en el que se multiplican los conflictos armados regionales que son, con diferencia, la principal causa del hambre y la malnutrición, al debilitarse o desaparecer la gobernanza de los sistemas alimentarios que permite a los países producir alimentos, comerciar para abastecerse de aquello que no se produce y disponer de herramientas para hacer frente a las crisis.

Las consecuencias de los fenómenos climáticos adversos es también una de las principales causas del hambre y la malnutrición. El incremento de la frecuencia e intensidad de estos fenómenos, como consecuencia del cambio climático, desborda la capacidad de recuperación de los sistemas alimentarios en muchos países, con efectos directos, entre otros, sobre el rendimiento de los cultivos, la fertilidad de los suelos, el control de las plagas y enfermedades de plantas y animales, así como la reconstrucción y el mantenimiento de la infraestructura necesaria para la producción, el transporte y la transformación de alimentos.

Por poner algunas cifras, un 10 % de las migraciones globales estarían directamente ligadas a la escasez de agua y aproximadamente el 65 % de la superficie productiva de África sufre diversos niveles de degradación.

Llegados a este punto, el lector puede preguntarse si las cosas pueden o no mejorar en el futuro próximo. De natural soy optimista, de manera que mi respuesta sería que sí.

Tomando como punto de referencia la creación de la FAO, no hace falta más que mirar atrás para ver todo el progreso que se ha acumulado en estas últimas ocho décadas.

Los avances científicos en genética, nutrición, sanidad, higiene, tanto en producción animal como vegetal, los avances en tecnología de los alimentos, junto con la aplicación y accesibilidad de las nuevas tecnologías, en su más amplio sentido, unido a los marcos regulatorios y los incentivos adecuados, permite pensar que el mundo podrá producir suficientes alimentos de manera sostenible, dentro de lo que ahora llamamos los “límites del planeta”; es decir, sin comprometer los recursos de generaciones futuras.

En todo caso, nada hace pensar tampoco que el futuro vaya a ser fácil.

Pero me voy a centrar en los dos aspectos “macro” que considero más importantes, la debilidad de la gobernanza global y el declive demográfico. Alguno dirá que se me olvida el medioambiente, el cambio climático; pero no. Luego indico por qué al final.

La estabilidad política lo es casi todo en agricultura y alimentación. Los sistemas alimentarios solo funcionan si existe un mínimo nivel de gobernanza que permita que funcionen todos sus elementos. 

El sistema alimentario de la Unión Europea es el fruto de décadas de paz y prosperidad sin precedentes. La PAC es uno de los principales elementos de su sistema alimentario, pero no el único. La formación, investigación, el comercio exterior, la higiene, la salud pública, el marco regulatorio de la propiedad de la tierra, de la fiscalidad, de la regulación del empleo, de la protección social, de las empresas, de las cooperativas y así una larga lista de elementos forman los sistemas alimentarios. 

Cada uno juega su papel y, cuando falta alguno, el sistema se debilita y deja de cumplir su función.

La estabilidad política lo es casi todo en agricultura y alimentación. Los sistemas alimentarios solo funcionan si existe un mínimo nivel de gobernanza que permita que funcionen todos sus elementos

Esto sucede, por ejemplo, cuando hay un conflicto que afecta a un país, o cuando tiene lugar un shock provocado por un fenómeno climático adverso o por una crisis económica y el país no tiene los medios para recuperarse y deja de funcionar alguno de los elementos básicos del sistema.

Ejemplos de estas circunstancias son los llamados «puntos calientes» del hambre y la inseguridad alimentaria en el mundo. En países como Afganistán, Ucrania, Palestina, República Democrática del Congo, Haití, Myanmar, Sudán, Yemen, Siria, Etiopía o Somalia, la “maquinaria” de sus sistemas alimentarios ha dejado de funcionar correctamente, como si faltaran piezas o, directamente, no funciona. 

En muchos casos, no hay suficiente semilla para sembrar, no hay forraje ni pienso para los animales, no hay servicios veterinarios operativos, no hay sistemas de previsión ni redes de alerta, no hay crédito y la inseguridad jurídica impide tomar decisiones que vayan más allá de las necesarias para una mera subsistencia.

Pero la gobernanza tiene también una componente global, que estamos viendo cómo, de un año a esta parte, los Estados Unidos están dinamitando con sus decisiones.

Uno de los ejemplos más visibles es lo que ha ocurrido con el Centro de Emergencias de la FAO para la lucha contra las Enfermedades Animales Transfronterizas. La retirada del apoyo de US Aid ha supuesto el cierre del Centro, tras más de 20 años de funcionamiento, en un momento en el que las enfermedades animales transfronterizas están suponiendo una grave amenaza en amplias zonas del planeta. 

Si nos parece difícil luchar contra la gripe aviar o la peste porcina en la Unión Europea, cómo será en los países de África o Asia en los que este Centro desarrollaba su actividad. A partir de ahora, será mucho más difícil.

Si la gobernanza es un factor importante para configurar el futuro de la agricultura, también lo será la demografía.

Naciones Unidas prevé que, en el año 2050, en un escenario medio, la población en el mundo se sitúe entre 9.500 y 9.700 millones de habitantes. Algunos autores matizan a la baja esta previsión, a la luz de la caída cada vez más acusada de las tasas de fertilidad a nivel mundial, que en 2023 era de 2,25. 

En la práctica, la población crecerá sobre todo en África, disminuyendo en el resto de los continentes. Cuando la población disminuya en la mayor parte de los países, la inmigración dejará de ser una solución.

Es interesante comprobar cómo todavía se sigue hablando de relevo generacional en la agricultura sin hacer una referencia expresa al contexto demográfico en el que nos encontramos. 

Así me pareció cuando leí la Estrategia para el Relevo Generacional en la Agricultura, presentada el pasado mes de octubre por la Comisión Europea. El declive demográfico en la UE es de tal magnitud que no solo en la agricultura, en todos los sectores, habrá, la hay ya, una escasez de mano de obra y de relevo preocupantes.

En la agricultura, en la producción primaria, además hay que distinguir dos circunstancias interrelacionadas: el relevo generacional del titular de la explotación y la disponibilidad de mano de obra asalariada para las explotaciones. No será posible relevar a todos los titulares de explotación. Ya está sucediendo. Eso no quiere decir que vaya a desaparecer la agricultura: la harán menos personas, menos agricultores.

Los retos del relevo generacional y la falta de mano de obra se enmarcan en la tendencia de fondo de disminución progresiva de activos en el sector agrario a nivel global

Esta circunstancia se suma a la tendencia de fondo de disminución progresiva de activos en el sector agrario a nivel global. En el período de 2000 a 2023, el empleo en el sector agrario a nivel mundial pasó de significar el 40 % a suponer el 26,1 %, con un total de 916 millones de personas empleadas. Esta tendencia continuará impulsada por la urbanización de la población a nivel global.

Este descenso en el empleo del sector agrario contrasta con la estabilidad del empleo en el conjunto del sistema alimentario mundial que, en el período 2000-2023, se ha reducido tan solo en un 3 %, pasando de 1.370 a 1.340 millones de empleos.

La producción de alimentos quedará en manos de menos personas y la mayor parte de los alimentos que consumimos vendrá de una proporción cada vez menor de productores. (La superficie agraria total —pastos y tierras de cultivo— en el mundo ocupa el 37 % de la superficie del planeta, con 4.800 millones de hectáreas; las tierras en las que se asientan todos los cultivos, temporales y permanentes, solo ocupan el 12 % de la superficie de la Tierra. Entre 2000 y 2023, la superficie agraria total ha disminuido en un 2 %, esto es, 75 millones de hectáreas menos —un poco más de 3 veces la SAU española—, sobre todo por la disminución de pastos y pastizales, que disminuyen en 151 millones de hectáreas, mientras que las tierras de cultivo han aumentado en 78 millones de hectáreas). 

Es difícil que la superficie agraria mundial crezca de manera significativa, aunque en algunos continentes la superficie de cultivos todavía crecerá a costa de la superficie forestal. La superficie de cultivo abandonada anualmente —4 millones de hectáreas—, todavía no es de una magnitud suficientemente relevante como para pensar que se vaya a aprovechar menos tierra.

Otra consecuencia de la debilidad de la gobernanza global será la fragmentación del comercio. La retirada de los Estados Unidos del sistema multilateral del comercio que representa la Organización Mundial del Comercio (OMC), está propiciando la proliferación de acuerdos bilaterales y regionales. 

Los países con un peso importante en el comercio de commoditties, sobre todo grandes importadores, están a su vez propiciando la actividad de empresas controladas por el estado que rivalizan a nivel regional con las trading houses tradicionales (las conocidas como ABCD), que pierden posiciones a nivel global.

Y efectivamente, las consecuencias del cambio climático también serán un factor que configurará el futuro de la agricultura y la alimentación. 

El cambio climático actuará como agravante en el desequilibrio de los sistemas alimentarios. España, la Unión Europea, se enfrentan a los efectos del cambio climático, pero lo hacen contando con sistemas resilientes, que son capaces de anticiparse y reponerse a situaciones de shock extremo, sin que el sistema sufra daños irreparables; otra cosa será el análisis de a qué precio. 

Cuando estos mismos shocks suceden en países con sistemas alimentarios débiles, sobre todo, por no contar con la suficiente estabilidad, entonces los fenómenos climatológicos extremos pueden llegar desequilibrar el sistema por completo e incluso dar lugar a conflictos sociales, desplazamientos de personas, etc.

Y como reflexión final, nos encontramos en un momento de incertidumbre general, en el que los principales países del mundo traducen todo en términos de seguridad nacional, incluyendo de forma expresa en este concepto a la seguridad alimentaria. 

Sin embargo, la Unión Europea, a la luz de las decisiones que ha ido desvelando durante 2025 sobre la nueva Política Agrícola Común, no parece que lo esté interiorizando en este sentido. La lectura del Agricultural Outlook 2025-2035, publicado por la Comisión Europea este mes de diciembre, viene a reflejar bastante bien con esta sensación.

Nos encontramos en un momento en el que los principales países del mundo traducen todo en términos de seguridad nacional, incluyendo la seguridad alimentaria. Sin embargo, la Unión Europea no parece que lo esté interiorizando en este sentido

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