Acéptalo: a los jóvenes no les gusta lo mismo que a ti

Jordi Pérez Colomé, 29 demarzo de 2025. EL PAÍS Tecnología. 

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Stephen Graham y Owen Cooper, en ‘Adolescencia’. /NETFLIX

Tuve que ver la serie Adolescencia en Netflix. Los elogios eran desmesurados y trata de uno de los temas de nuestro tiempo que caen en mi terreno: internet, móviles y adolescentes. De la serie no hablaré, para evitar spoilers y porque ya cinco de mis colegas han sacado artículos.
Pero no puedo dejar de hablar del mensaje sobre el peligro de los móviles. Pensaba que habría algo nuevo. Pero no lo hay y el motivo es evidente: no sabemos nada con certeza. En la serie un adolescente es acusado de un delito gravísimo y se insinúa que las redes sociales y el móvil han sido decisivos. Pero, como toda ficción, mezcla cosas y exagera más que aclara.‌

He ido a mirar qué dice el guionista de la serie, Jack Thorne. Dice que quería plantear el debate. Es un debate que ya está de hecho planteado desde hace unos años: “Tenemos esta conversación desde que era un niño”, dice Thorne en la BBC. Cuando Thorne, que tiene 46 años, era un niño no había móviles (él se refiere a que no había, como ahora, «modelos a seguir»). Pero en realidad lo que quiere decir es que nuestros padres tenían entonces el problema que tenemos ahora: ¿cómo entender a los jóvenes?‌
Yo tengo la respuesta a esa pregunta: no se puede. Esta semana he estado hablando con un puñado de jóvenes entre 15 y 23 años para otro artículo (la semana que viene contaré más). Mi conclusión es sencilla: es imposible medirse en su cabeza porque su entorno, historia, percepción, aspiraciones son incomprensibles para mí porque mi experiencia diaria es distinta. No puedo mirar el mundo con sus ojos: no voy al cole, no tengo examen, un niño no me ha dicho nada feo, ya sé lo que ellos deben descubrir poco a poco.‌
La mirada de Adolescencia es la de los padres, con la salvación de que el niño protagonista ha cometido un crimen, algo que es extremadamente raro, aunque evidentemente ocurre. Los padres no sabemos qué hacer. El primero es el guionista Thorne:‌
«Su hijo tiene ocho años», escribe la BBC, «y Thorne dice que quiere asegurarse de encontrar ‘una forma de comunicarse con él’ a medida que crezca. Pronto querrá su propio móvil. Mientras trabajaba en la serie, ha estado pensando en cómo gestionar el uso que su hijo hará de la tecnología en el futuro. ‘Y la verdad, todavía estoy tratando de averiguar cómo hacerlo».

Como todos los padres. Yo estoy más cerca que Thorne de pensar qué debería hacer con el móvil. Mis hijos tienen 11 y 9. Deliadísimo momento. Y ni idea tenemos los padres. Primero que lo pida y luego veremos. Algunos padres piden prohibir las redes hasta los 16. Pero la prohibición del alcohol y el tabaco no impiden que menores lo consuman.‌
Mi intuición en esto es que ninguna opción es TAN importante. Ahora que mis hijos se acercan a la adolescencia, he olvidado todas las decisiones que tomamos cuando eran bebés y parecían vitales para su futuro.‌
Esto no quiere decir que no nos ahorremos follones si acertamos. Pero el viene también adolescente con sus dolores de cabeza de serie.‌
Para ilustrar mejor esto quería aprovechar para poner dos ejemplos recientes de la complejidad de estos temas: los móviles en institutos y la lectura:‌
a/ Los adolescentes que van a colegios donde restringen el uso del móvil no se distinguen en horas de sueño, actividad física, salud mental, logros académicos y comportamiento revoltoso en clase de los estudiantes de centros donde los móviles son permitidos durante la jornada. “Las políticas escolares no son la fórmula mágica para combatir los efectos negativos del uso de móviles y redes sociales”, me dijo Victoria Goodyear, profesora de la Universidad de Birmingham y coautora del primer gran estudio que evalúa las políticas sobre móviles en institutos publicado en la revista Lancet .‌
“Según nuestros resultados, simplemente prohibir los móviles en el colegio no basta para acabar con los problemas que puede generar su uso”, añade.La falta de diferencias se debe en parte a que los alumnos de centros sin móviles acaban sumando las mismas horas totales de uso al final del día: “Una posible explicación es que prohibir los móviles en la escuela no reduce el tiempo total que los adolescentes pasan con el móvil”, dice Goodyear. «Sí que baja un poco el uso durante las horas de clase, pero no lo suficiente como para cambiar sus hábitos. Los alumnos de colegios con normas más estrictas usan el móvil 40 minutos menos que en los colegios permisivos, y en redes sociales la diferencia es de 30 minutos. Pero si tenemos en cuenta que el uso medio del móvil es de 4 a 6 horas al día y el de redes de 2 a 4 horas, esa reducción es mínima».‌
Aunque en el debate complejo y polémico sobre el móvil y los adolescentes este estudio parece ir a favor de relajar las posturas, el trabajo también concluye que muchas horas de móvil al día en la adolescencia son malas. Un ratillo más o menos en el cole no hace la diferencia, pero las horas totales sí pueden ser un problema notable: «El tiempo medio que los adolescentes pasan con el móvil es alto, unas cinco horas al día. Analizamos la relación entre ese tiempo y los resultados, vimos que era lineal: cuanto más tiempo pasan con el móvil, cuando peores son los resultados», dice Goodyear.‌
Esto parece decir que es más importante lo que hacemos como padres que lo que hacen en el cole.‌
b/ ¿Los jóvenes leen o no leen? Esta semana EL PAÍS publicó un artículo titulado: “Cómo las generaciones Z y alfa se convirtieron en las mejores aliadas de la lectura”. Me llamó la atención más de lo normal porque justo 20 días antes habíamos publicado este otro: “Cuando leer un libro entero es ‘como una imposición fascista’: ¿hay un problema con los jóvenes y la lectura?”
Tampoco es tan raro que dos artículos de un mismo medio reflejen dos tendencias que pueden ocurrir a la vez (y es probable que ambas sean verdad). Pero aquí es más fácil ir al texto del segundo artículo. Hay ahí al menos dos citas importantes:‌
1. [La escritora] Marta Álvarez argumentaba, pese a todo, que los jóvenes leen mucho, puede que incluso más que en el pasado, y que tal vez el problema es que a los adultos no nos gusta “qué leen y cómo leen”.‌
2. Nerea, estudiante de Derecho en la Universidad de Barcelona, que es una lectora frecuente y tenaz (“suelo leer un mínimo de 50 libros anuales, novelas sobre todo, pero también poesía, manuales y ensayos”, dice), cree que el problema es que las listas de lecturas recomendadas sigan siendo las mismas generación tras generación: “Entiendo la importancia de la tradición, pero me parece un tanto absurdo que se insista en que leamos Luces de Bohemia, La vida es sueño o Bodas de sangre antes que a autores mucho más. contemporáneos y en los que podemos reconocernos, como Sara Mesa o Sally Rooney”

Pues claro que leen. En los libros hay historias contadas de un modo que no sale en pelis o tiktoks. Y les interesa.‌
Pero sí que hay detrás de todo esto un problema de base que ocurre generación tras generación y será siempre así: a los jóvenes no les gusta lo mismo que a nosotros. Y poco se quejan.

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