Jordi Pérez Colomé EL PAÍS Tecnología. 24 De Marzo De 2023
Soy Jordi Pérez Colomé, periodista de la sección, y hablo de tecnología y sus consecuencias sociales. Como casi siempre, nada de aparatitos.
Desearía que todo fuera menos agotador. Soy probablemente el periodista/escritor/ensayista número 476 que repite en las últimas semanas una variante de la frase “desearía que estar pendiente de la inteligencia artificial fuera menos agotador, pero las novedades de la última semana han sido TAMBIÉN extraordinarias”. El acontecimiento gordo de esta semana ha sido Bard, el chatbot «experimental» de Google. De momento solo puede usarse en EE UU y Reino Unido y las primeras reseñas son flojas. Adobe ha sacado también Firefly, para generar imágenes.
Ya da un poco igual quién es el último en sumar sus proezas en IA. Estamos en un punto donde las novedades son marginales ante algo extraordinario. El debate se ha movido a cuánto y cuándo la IA nos afectará profundamente como sociedad.
Una novedad viral de esta semana ha sido un artículo de OpenAI, los creadores de ChatGPT, y la Universidad de Pensilvania sobre cómo afectarán los chatbots a nuestros trabajos. Es un poco como preguntarle a un club de fútbol cómo les influirá su último fichaje millonario. Respuesta: mucho y bien. Eso es lo que dice el artículo, claro: ChatGPT cambiará bastante o mucho los oficios que requieran pensar, los mejor pagados.
Pero el artículo va más allá y dice que los GPT serán “tecnologías de propósito general (como la imprenta y el motor de vapor), que están caracterizadas por una proliferación amplia, mejora continua y la generación de innovaciones complementarias. Sus consecuencias de largo alcance, que se despliegan en décadas, son difíciles de anticipar, especialmente en relación con la demanda de trabajo”. Es decir, será un cambio revolucionario.
Quizá. Pero ¿cuánto y cuándo nos afectará? Nadie lo sabe. Eso es lo que hace el debate más agotador: como es una pregunta que todos nos hacemos, estamos obligados a responder algo que en realidad no tiene respuesta hoy. Esa incertidumbre del futuro y la aceleración agravan esta rara sensación de cansancio.
Mientras preparaba esta newsletter, hablé con mi compañero (¡y jefe!) Javier Salas. Me pasó un artículo suyo de 2017 sobre una encuesta a 352 especialistas en IA hecha por las universidades de Yale y Oxford. El titular era más optimista que el texto: “Las máquinas no nos jubilarán hasta el año 2140”, escribía Javi. El promedio de las profecías era algo más de un siglo para la llegada de las máquinas.
Pero, y esto es clave, cuando se les preguntaba por tareas concretas, acertaban más con lo que podrían hacer las máquinas:
– Traducir idiomas mejor que los humanos: 2024
– Escribir una redacción: 2026
– Conducir camiones con más eficiencia: 2027
– Atender como dependiente en una tienda: 2031
– Lanzar al mercado un éxito pop en una década y publicar una novela superventas: 2049
– Operar cirugías con manos robóticas por completo: 2053
– Investigar en matemáticas: 2059.
Igual que en el artículo de OpenAI la trampa está en los detalles: son tareas concretas que no sustituirían (aún) todo lo que hace un profesional.
En mi trabajo de periodista es fácil ya de ver cómo puede afectar: ChatGPT resume, escribe, relaciona ideas increíblemente bien. El desafío es descubrir cómo nos afectará como sector: ¿qué puedo hacer aún mejor que la máquina? Si antes tenía que resumir y ahora lo hace ChatGPT, ¿qué más podrá hacer un periodista?
Esta semana ha habido un montón de bromas en redes sobre una noticia de una pareja a la que habían grabado en plena actividad sexual en un hotel. Esa noticia se escribe solo para dar clics y contársela a quien no la haya visto ya en TikTok o Twitter. Si puede hacerla ChatGPT, que la haga.
Un problema que puede ser una ventaja es la inundación de textos anodinos que llegarán. Hasta ahora los textos aburridos tenían que escribirse. Ahora solo será necesario pedirlos a ChatGPT. Con una petición refinada saldrá mejor que antes. Pero todavía habrá que ir refinando y decidiendo.
Se entiende mejor con las imágenes. Las fotos de stock (una abuela que beba café y mire el jardín por la ventana, un padre que columpie a su hijo mientras mira el móvil) serán gratis. Pero tu foto con tu hijo en tal lugar donde has ido de vacaciones habrá que hacerla aún. No sé hasta cuándo, pero habrá que hacerla.
Lo mismo pasará con los textos. Lo que ChatGPT tenga en su repositorio infinito solo habrá que pedírselo. ¿Qué tendrá valor ese día? Buscar cosas que una máquina no pueda encontrar, seleccionar qué historias pedirle y cómo, la edición refinada de esos textos.
Hace unos días hubo una micropolémica con unas fotos de Donald Trump detenido generadas por IA. Varios artículos han explicado el caso. No creo que mucha gente se haya creído esas imágenes, pero sirven para intuir que una parte del futuro será distinta para periodistas y sociedades: habrá más imágenes falsas aún. Es difícil prever si la facilidad hará que haya mucho más o la gente será tan escéptica de todo que dará igual la cantidad porque cualquier foto será en principio falsa.
Hay en redes una banda de dedicados tecnólogos a quien he visto llamar ya un par de veces “los ‘se acabó’” (it’s so over, en inglés) porque ante cada novedad en IA buscan un puñado de ejemplos y dicen “it’s so over [para los humanos o para cualquier labor tradicional]”. Con eso hacen algo extremadamente humano: llamar la atención para que alguien les pida una consultoría, se suscriba a su newsletter o les siga en su canal. Y es lógico y natural: usan el potencial de la IA para hacerse un hueco en la sociedad de los humanos. La capacidad de adaptarnos de los humanos es extraordinaria.
Nadie sabe el impacto de estas herramientas no solo en nuestros trabajos o en nuestras vidas, sino también en la humanidad. Sí me permite reír ahora por ejemplo en los debates escolares sobre si hay que hacer 1 hora más de tal asignatura o doblar los deberes. ¿Quién sabe cómo será el trabajo en 2024 como para predecir los oficios de la década de los 40? Mientras podamos verlo