Dani Rodrik. 28 de febrero de 2025. Project Syndicate
Si los partidarios de la élite de Trump priorizan sus propias agendas estrechas por sobre los principios democráticos, el riesgo de un deslizamiento hacia el autoritarismo debería ser obvio. Afortunadamente, es aún más probable que las agendas en pugna desencadenen un conflicto abierto, que haga implosionar la coalición de Trump.
CAMBRIDGE – Aunque Donald Trump llegó al poder montado en un tsunami de hostilidad pública contra las “élites”, sus facilitadores son miembros destacados del establishment y de la plutocracia. Como sucedió durante su primer mandato, Trump –un rico hombre de negocios y una celebridad– se ha rodeado de una mezcla de políticos republicanos convencionales, financieros de Wall Street y nacionalistas económicos. Pero esta vez, a esos grupos se han sumado miembros de la derecha tecnológica, representada de forma más evidente por Elon Musk, la persona más rica del mundo.
Lo que une a estos grupos, al menos por el momento, no es el carácter de Trump ni su liderazgo, que dejan mucho que desear, sino la creencia de que sus agendas específicas se verán mejor atendidas con Trump que con la alternativa más probable. Los republicanos conservadores quieren impuestos bajos y menos regulación, mientras que los nacionalistas económicos quieren cerrar el déficit comercial y restablecer la industria manufacturera estadounidense. Los absolutistas defensores de la libertad de expresión quieren poner fin a lo que consideran una “censura progresista”, mientras que la derecha tecnológica quiere tener vía libre para poner en práctica su propia visión del futuro.
Independientemente de sus proyectos favoritos, todos estos grupos consideraban a Kamala Harris (y a Joe Biden ) un obstáculo y a Trump un aliado prometedor. La mayoría no se opone a la democracia en sí, pero sí parecen dispuestos a pasar por alto, y por lo tanto facilitar, el autoritarismo de Trump mientras sirva a sus intereses. Si se los presiona sobre los impulsos antidemocráticos de Trump y su desprecio por el Estado de derecho, minimizarán los riesgos.
Durante el primer mandato de Trump, expresé mis inquietudes sobre él con uno de sus principales asesores económicos (un nacionalista económico). Pero mi interlocutor desestimó mis preocupaciones y respondió que los demócratas y el Estado administrativo eran las amenazas más serias. En última instancia, lo que le interesaba era el compromiso de su jefe con los aranceles, no cualquiera de las posibles consecuencias para la democracia.
De manera similar, en un episodio reciente del podcast del periodista del New York Times Ezra Klein, el absolutista de la libertad de expresión Martin Gurri explicó que su propio apoyo a Trump se debía principalmente a la represión de la administración Biden a la libertad de expresión. Biden había “básicamente dicho a las plataformas [de redes sociales]: tienen que adherirse a los estándares europeos de buena conducta en línea”, afirmó Gurri. Sin embargo, las restricciones que Trump ha impuesto a la libertad de expresión de los funcionarios públicos y las entidades privadas financiadas por el gobierno ya son mucho más atroces. Incluso cuando admite que Trump podría terminar “siendo aún peor”, Gurri parece imperturbable. A la hora de la verdad, aparentemente es más importante diezmar la cultura progresista que defender la Primera Enmienda.
Si los partidarios de la élite de Trump priorizan sus propias agendas estrechas por sobre los principios democráticos, el riesgo de un deslizamiento hacia el autoritarismo debería ser obvio. Afortunadamente, sin embargo, el resultado aún más probable es que esas agendas en pugna pronto choquen, provocando la implosión de la coalición de Trump.
Las líneas de conflicto más agudas se dan entre los nacionalistas económicos y la derecha tecnológica. Ambos bandos se consideran antisistema y ambos quieren desestabilizar un régimen que, según ellos, les han impuesto las élites del Partido Demócrata, pero encarnan visiones muy diferentes de Estados Unidos y de hacia dónde debería dirigirse.
Los nacionalistas económicos quieren volver a un pasado mítico marcado por la gloria industrial estadounidense, mientras que el bando tecnológico imagina un futuro utópico administrado por inteligencia artificial. Uno es populista, el otro elitista. Uno tiene fe en la sabiduría y el sentido común de la gente común, el otro solo en la tecnología. Uno quiere detener la inmigración en general, el otro da la bienvenida a los recién llegados cualificados. Uno es provinciano, el otro esencialmente globalista. Uno quiere desmembrar Silicon Valley, el otro empoderarlo. Uno cree en empapar a los ricos, y el otro en darles de comer con cuchara.
Los nacionalistas populistas afirman hablar en nombre de la gente que la revolución tecnológica imaginada por Musk dejaría atrás. Por eso no sorprende que desprecien profundamente a los “ tecnofeudalistas ” de Silicon Valley. Steve Bannon, una voz destacada entre los nacionalistas económicos (y graduado de la Escuela de Negocios de Harvard, por supuesto), ha llegado incluso a llamar a Musk “inmigrante ilegal parásito”. Hay que “detener a Musk y lo que él representa”, advierte Bannon . “Si no lo detenemos… ahora, no sólo destruirá este país, sino el mundo”.
Aunque Bannon no forma parte actualmente del gobierno de Trump, es una figura importante del movimiento MAGA (“Make America Great Again”) y mantiene estrechos vínculos con muchos altos funcionarios del gobierno. Sin embargo, está claro que Musk tiene actualmente la confianza de Trump. La Casa Blanca ha dado rienda suelta al llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Musk, y el propio Trump ha alentado a Musk a ser más agresivo.
Es típico de los líderes personalistas, como Trump, enfrentar a sus aliados (cortesanos, en realidad) entre sí para que ninguno acumule demasiado poder. Trump, sin duda, piensa que puede mantenerse en la cima y aprovechar los conflictos para su propio beneficio. Pero esas tácticas funcionan mejor cuando la competencia entre diferentes grupos se centra en los recursos y las rentas del gobierno, en lugar de reflejar ideologías y sistemas de creencias diferentes.
Dadas las enormes diferencias entre las visiones del mundo y las preferencias políticas de las fuerzas que animan al gobierno de Trump, es casi inevitable que se produzca un enfrentamiento. Pero ¿qué vendrá después? ¿Habrá una parálisis o uno de los grupos afirmará su dominio? ¿Podrán los demócratas sacar provecho de la división? ¿Será desprestigiado el trumpismo? ¿Se recuperarán las perspectivas de la democracia estadounidense o se reducirán aún más?
Independientemente del resultado, la tragedia es que los votantes de clase trabajadora menos educados que acudieron en masa al mensaje antielitista de Trump seguirán siendo los perdedores. Ninguna de las facciones contendientes de la coalición de Trump ofrece una visión convincente para ellos. Esto se aplica incluso a los nacionalistas económicos (pese a su retórica), cuyas aspiraciones dependen de una recuperación poco realista de los empleos en el sector manufacturero.
Mientras diferentes élites luchan por sus propias versiones de Estados Unidos, la agenda política urgente necesaria para crear una economía de clase media en una sociedad postindustrial seguirá tan distante como siempre.2
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Dani Rodrik
Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en la Escuela de Economía Kennedy de Harvard, es presidente de la Asociación Económica Internacional y autor de Straight Talk on Trade: Ideas for a Sane World Economy (Princeton University Press, 2017).