Arquimedes Román, 3 de diciembre de 2024.
Valores, valores, valores. Cuánto se escribe y se habla de ellos; pero, ¿estamos claros en lo que son? Existe mucha confusión al respecto y por eso vale la pena recordar algunas ideas esenciales.
En conferencias y talleres sobre el tema a veces he preguntado a la audiencia si creen que un traficante de drogas, o un asesino a sueldo tienen valores. Las respuestas de los participantes son divididas; muchos dicen que no, pero luego cambian de parecer cuando se les explica que todos tenemos valores, tanto un criminal como un benefactor de la humanidad (como por ejemplo la Madre Teresa de Calcuta). Tanto un impostor, un estafador, como un correcto y honesto profesional tienen sus propios valores. La cuestión fundamental es que esos valores son muy diferentes en cada uno de ellos. Ambas personas actúan según sus propios valores, aun sin darse cuenta. Los valores que uno y otro poseen determinan sus prioridades.

¿Qué son entonces los valores? Son principios que operan en el nivel del subconsciente y que afectan e influyen en el comportamiento de cada uno de nosotros. Los valores que cada cual tiene le son en muchos casos desconocidos, pero sin embargo allí están: operando y determinando conductas. Así, es muy probable que el criminal nunca en su vida haya escuchado de valores, pero muy en su interior, yacen unos principios que le hacen actuar criminalmente. Paralelamente, el buen benefactor de la sociedad, aunque seguramente si conoce de valores, es posible que a lo mejor no conozca con certeza aquellos principios que determinan sus acciones humanitarias.
Los valores son las causas, las cosas, los principios que nosotros creemos son de mayor importancia y de más alta prioridad en la vida. Silenciosamente nos hacen escoger entre una acción u otra diferente. Los valores del criminal (alguien pudiera llamarlos antivalores) le hacen priorizar el acto delictivo, el robo, la estafa, o el asesinato, sobre el respeto a la Ley, la propiedad y la vida. Los valores de un buen benefactor le hacen priorizar la dedicación a la ayuda a otros sobre su propia comodidad, su salud y eventualmente su vida.
Los valores de un cierto hombre de negocios pueden hacer que le dé prioridad a su enriquecimiento sin preocuparse por la transparencia y legalidad del negocio, el cumplimiento con los socios y empleados y por la satisfacción de los clientes. En contraste, a otro empresario su sistema de valores le inducirá a actuar dentro de la Ley, la ética empresarial y el cumplimiento con los socios, empleados y clientes. Ambos tienen valores, aun cuando no estén conscientes de ello, no importa que no los conozcan: sus valores están allí, gobernando y priorizando sus acciones.
¿De dónde vienen nuestros valores? ¿Podemos adquirir como se compran camisas o zapatos? Naturalmente no. No es posible obtenerlos tan fácilmente. Se podrá decir, se podrá ostentar que se tienen tales o cuales valores, como publicitariamente hacen algunas empresas que presentan sus “valores corporativos” en sus oficinas, portales electrónicos y en su publicidad, pero ante la vista de un observador atento se descubren contradicciones entre su decir y su actuar. Las acciones de las personas, y de las empresas, hablan muy fuerte de sus valores. “Por sus frutos los conoceréis”.
Nuestros valores gobernantes se han originado desde distintas fuentes. Es un tema relacionado con la psicología, la sociología, la antropología e inclusive la genética. Esto último por cuanto algunos de los valores personales más arraigados parecen surgir de la conformación genética de la familia y todavía quizás de una familia aun mayor: la raza humana. Esos valores ancestrales parecen estar impresos en la persona por el aprendizaje milenario de cientos de generaciones. Es lo que algunos llaman la “memoria colectiva”. Por ejemplo, el valor de la vida en si misma, que es común en el hombre, o la innata percepción entre lo bueno y lo malo.
Pero también existen otros valores originados por la cultura a la cual pertenecemos, y así se desarrollan diferencias entre el sistema de valores de un occidental y el de un oriental, o entre el de un aborigen australiano y el de un esquimal. Pero el hecho más importante es que la mayoría, la gran mayoría, de los valores personales se origina en nuestra crianza, en la interacción con padres, hermanos y familiares cercanos. Los primeros años de la vida son vitales en la adquisición de buena parte de los valores que más tarde se tendrán como adulto.
Sin embargo, otro grupo de valores será añadido por la interacción con amigos, vecinos, maestros y compañeros de estudio, que silenciosamente van dejando huellas, buenas o malas, en el sistema de valores de cada quien. Es también innegable la influencia de nuestros “héroes”, personas admiradas o respetadas que han estado cerca de cada quien, que han tocado sus vidas, antes o ahora, y han servido de ejemplo imitable, de inspiración fértil y han contribuido a descubrir y mejorar lo que ha estado dentro de cada quien. Entre los “héroes” más influyentes están, además de los padres, los maestros singulares, algún miembro especial de la familia, un escritor inspirador, ciertos deportistas o artistas famosos, o un jefe extraordinario.
¿Pero pueden consciente y voluntariamente incorporarse valores a los ya existentes?
Si es posible, pero exige un nivel de autoconocimiento muy elevado y un poderoso deseo de cambiar o mejorar. De la misma manera, así como pueden incorporarse, también pueden conscientemente desecharse valores inconvenientes.
Dada la importancia que el sistema de valores tiene en nuestro actuar y considerando lo profundo que tal sistema está en nuestro subconsciente es primordial hacer un esfuerzo deliberado para llevar tales valores a la superficie y poder tomar conciencia de ellos. Es un ejercicio trascendental y de poderosas consecuencias. Cuando después de una reflexión sin prisa se puedan identificar e incluso escribir nuestros valores gobernantes, se habrá dado un paso gigantesco hacia el control de la propia vida, hacia el equilibrio interior y se establecerá la base esencial para la eficacia personal y para la distinción entre el tiempo bueno y el tiempo malo.
Con el paso del tiempo, cada quien comprenderá que un sistema de valores no es inmutable. Las distintas etapas de la vida y las diferentes circunstancias afectan el sistema, tanto en su composición como en su jerarquía. Con el tiempo y el acontecer de la vida, unos valores perderán importancia relativa e incluso podrán salir del sistema, mientras otros pueden subir en la escala, y quizás nuevos valores puedan incorporarse.
Complementariamente a los valores personales, también tenemos nuestras creencias, que son ideas o conceptos que asumimos como ciertos o correctos, y que indudablemente influyen o limitan nuestro actuar. El pensar que “todos los empleados son unos flojos”, indudablemente sería una creencia derivada de algunas experiencias, pero que ciertamente condicionará la acción (muy inconveniente e injusta) de quien la posea.
Valores y creencias son pues elementos fundamentales en la búsqueda del tiempo bueno. Conozcamos o no nuestros valores, ellos están allí, y cada vez que puedan orientarán el curso de una acción o influirán en una decisión.
Fragmento del Cap 2 de mi libro «MAS TIEMPO BUENO, MENOS TIEMPO MALO»
Arquímedes Román